La escuela de Tabárez

 

Foto: TUDN


De Uruguay.

Los últimos quince años han hecho olvidar a muchos que la historia del Maestro cuenta con dos episodios, el primero de dos años, entre 1988 y 1990, cuando parecía el típico caso de entrenador pasajero en Latinoamérica. Sin embargo, aquello era solo el preámbulo de lo que siempre será uno de los episodios más lindos en el deporte. Educador de profesión, Óscar Washington Tabárez pasó de enseñar en Montevideo a educar a más de una generación de futbolistas y aficionados. En 2010, durante su segundo ciclo mundialista, el Maestro sorprendió al mundo con una de las mejores generaciones de Uruguay. Los nombres de Forlán, Suárez y Cavani irrumpieron en el mundo del futbol como un recordatorio de lo que es la Garra Charrúa. Delanteros con un físico potente, disparo poderos y coraje incansable. Tan firmes como la filosofía de Tabárez.

Previo a su tercer Mundial, el Maestro devolvió la gloria a Uruguay, convirtiéndose en la primera selección en coronarse quince veces campeona de la Copa América, lo que paradójicamente provoco que el resultado obtenido en Brasil 2014, fuera decepcionante para la afición. Sin embargo, su apuesta por las categorías juveniles significó una de sus lecciones más admirables y reconocidas. Su compromiso con las divisiones inferiores implicó un cambio en el modelo de formación, permitiendo a Uruguay clarificar a todos los torneos de categorías sub, en las que se logró el histórico segundo lugar en el Mundial Sub-17 de 2011. Por si eso fuera poco, los clubes nacionales también se vieron beneficiados por el trabajo de Tabárez con el talento joven, alcanzado en un periodo de once años, de 2006 a 2017, la cifra de 98 millones de euros en fichajes al extranjero.

En su última justa mundialista, Rusia 2018, la leyenda uruguaya se convirtió en uno de los pocos entrenadores en presumir cuatro Copas del Mundo al frente de una misma selección, en la que cultivó los valores de la humildad, disciplina y esfuerzo. Una mentalidad que se puede constatar en cada futbolistas al que ha dirigido, e incluso en sus rivales. Después de todo, la mayor aportación del Maestro Tabárez al futbol no ha sido sobre el campo. Lejos de revolucionar el parado táctico o ser la ambición su principal motor, su lección más grande fue la entender que lo más importante del futbol no ocurre durante los noventa minutos de partido, sino después de ellos. Es el balón como agente de cambio, como instrumento de formación, el que debe servir para educar, para crecer y mejorar a nivel social y humano.

Porque en la escuela del Maestro, el mejor alumno no era el que recibía las palmas u ovaciones, era el que más comprometido estaba con el equipo, quien tenía claro que a Uruguay no se venía por la plata, sino para representar con responsabilidad una bandera. A las órdenes de Tabárez el único interés que cabía en el vestuario era el de vestir con orgullo y respeto los colores de un equipo, de una nación. La Garra Charrúa dejó de ser simplemente coraje, transformándose en la mentalidad de un pueblo que, en el día a día, como en el partido a partido, sale a jugarse la vida. Se trata de quince años, para nada perfectos pero que, son prueba de la complicidad entre el maestro y sus alumnos, de la paciencia, de la confianza, de la lealtad que ameritan los grandes procesos, los mayores aprendizajes.  


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