El último emperador

 

Foto: Tranfermarkt


De México.

En la historia, existen dos emperadores eternos, arraigados en la memoria del pueblo mexicano, de la afición. Uno de ellos, el más importante en la cultura de este país, es el último huey tlatoani que, en la defensa del pueblo azteca, fue torturado. El imperio de Cuauhtémoc duró solo cinco años, durante los cuales vivió la caída de su pueblo, los aztecas. Sin embargo, su linaje, aunque no de sangre, fue rescatado por un joven soñador, que entre la adversidad, se irguió como uno de los mejores defensas que ha dado México. Un histórico de Pumas y de la Selección, que marcó una época y redefinió al guerrero azteca.

Claudio “El Emperador” Suárez nació en Texcoco, en 1968, donde se forjó dentro del futbol. Durante sus primeros años, probó suerte con Pumas y Atlante, no obstante, pese a ser aceptado en ambas instituciones, las carencias económicas impidieron verlo crecer en las fuerzas básicas. Fue hasta la edad de 18 años que Suárez decidió hacer los sacrificios necesarios para formar parte del equipo universitario, viajando tres horas diarias para presentarse en el club, y jugando para pequeños equipos donde lo apoyaban con algo de dinero. Abandonar la escuela representó un punto de no retorno para el sueño emprendido por Claudio, que terminó por ser convocado para un torneo amistoso en Francia, y debutando en primera división dos años después de emprender su camino en Pumas.

En la temporada 88/89, Mejía Barón hizo debutar al canterano, que había empezado su carrera como delantero, pero retrocedió su posición hasta convertirse en defensa. Destacar en el equipo auriazul no sería fácil, con figuras como Jorge Campos, Luis García, Ricardo Ferreti o García Aspe en él. Sin embargo, Suárez fue pieza importante para la escuadra universitaria, conquistando su primer título en la temporada 90/91. Campaña en la que, gracias a su impecable defensa, Pumas terminó con 25 victorias, cinco empates y, apenas ocho derrotas. Un año después de finalizar como campeón del torneo nacional, Claudio fue convocado por Menotti, quien permitió al texcocano iniciar su etapa como seleccionado ante El Salvador.

Vistiendo la camiseta de su país, Suárez disputaría 178 partidos, en los que marcó seis goles y ganó tres copas de CONCACAF. Asimismo, participó en cuatro ediciones de la Copa América, aunque su mejor momento llegara en 1999, año en el que México conquistó la cima del mundo al llevarse la Confederaciones. En ese mismo torneo, apareció un nuevo talento, al que muchos llaman el heredero de “El Emperador”, sin que “El Kaiser”, Rafael Márquez, alcanzara el mismo rango. Desde 1996 Claudio había salido de Pumas, primero rumbo a Guadalajara, con quien también se proclamó campeón de la liga nacional, y luego con destino a Monterrey, donde militó con Tigres.

A Claudio siempre se le conoció como “El Emperador”, bautizado de esa manera por el comentarista Gerardo Peña. Sin nunca explicar su origen, la afición azteca tomó el apodo como un tributo a su liderazgo, coraje y nobleza siempre mostrados, emulando de algún modo las mayores virtudes de los antiguos tlatoanis, que destacaron por su valentía en el campo y sutiliza en las artes. Texcoco también es símbolo de grandes emperadores, siendo el señorío Nezahualcóyotl el mayor referente, y por quien Claudio pudo recibir su apodo. Curiosamente, por varias generaciones, al emblemático defensa, ha sido recordado como el “El Emperador”, sin conocer, en muchos casos, su verdaderamente nombre. Tal vez, después de todo, este sea uno de esos casos donde la leyenda superó al hombre.


Información recuperada de: Leyendas del Futbol Mexicano.


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