Los colores del balón
De Norteamérica a Europa.
Dos décadas
después de la trágica historia protagonizada por Justin Fashanu, estrella del
futbol mundial que terminó con su vida en 1997 después de sufrir múltiples
ataques a causa de su orientación sexual, el mundo del deporte, concretamente
el futbol, ha sufrido ciertas modificaciones en favor de la diversidad de género.
Sin embargo, son pocos los verdaderos cambios que ha tenido el balompié,
haciendo de la inclusión apenas un espejismo de los discursos y acciones promovidas
por las autoridades del futbol. Decisiones contradictorias y falta de compromiso
evidencian el poco, casi nulo, deseo de cambiar el deporte.
En 2018, la
Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) emitió la “Guía de la FIFA
de Buenas Prácticas en Materia de Diversidad y Lucha contra la Discriminación”,
un documento apenas conocido, careciendo de impacto en la práctica del futbol.
Confederaciones, federaciones y equipos parecen ignorar los objetivos
planteados por la FIFA para lograr ambientes seguros, abiertos a la diversidad,
pues dentro de los pilares establecidos por la guía se encuentra el “trabajo en
red y colaboración”, que precisa de la integración y participación de la afición.
No obstante, haciendo énfasis en Norteamérica, el futbol se encuentra lejos de ser
un ambiente tolerante con la comunidad LGBTQ+, teniendo en cuenta la reciente
sanción sobre México en razón del grito homofóbico entonado por la tribuna
mexicana.
Desde 2017, la
Federación Mexicana de Futbol (FMF) ha recibido múltiples sanciones por el homófobo
comportamiento de sus aficionados y aficionadas, ascendiendo hasta más de tres
millones el total de multas emitidas en su contra. En su última resolución, la
FIFA castigó al cuadro mexicano con dos partidos oficiales sin público y el
pago de 1 millón 348 mil 300 pesos. Una situación que, pese a poder empeorar,
parece no encontrar solución. El recién protocolo creado por la Confederación
de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Futbol (CONCACAF), consistente en
tres etapas (llamado de atención por medio del altavoz, suspensión momentánea,
y definitiva del partido), solo ha generado crítica y cuestionamientos, sin
llegar a la concientización y cambio en los y las aficionadas.
Quizá, sería imposible
pensar que estas acciones se repliquen en países como los europeos, sin
embargo, el viejo continente no está exento de la homofobia. Rubén García, jugador
del Osasuna (España), ha sido contundente al respecto, declarando que si ningún
futbolista tiene la confianza para salir del, mal llamado, “clóset”, es porque
en el balompié la diversidad de género aún no es aceptada. Al respecto, en el
futbol varonil sigue prevaleciendo la heteronormatividad, haciendo que, incluso
las campañas y acciones a favor del movimiento LGBTQ+, sean esporádicas.
Además, mostrar apoyo a lo comunidad no es siempre fácil, teniendo como
ejemplo el caso de Guram Kashia, quien tras mostrar su respaldo a la causa,
recibió múltiples amenazas de muerte, así como el rechazo por parte de la
afición de su propio país.
En contraste, el
futbol femenil se ha mostrado como un espacio seguro para las personas LGBTQ+.
Con múltiples referentes como Abby Wambach, Babett Peter, Irene Paredes o Janelly
Farías, la comunidad del futbol femenil es ejemplo de solidaridad y lucha. El
aumento de su popularidad ha permitido ampliar la visibilidad de esta causa
enarbolada por las futbolistas, casi de forma involuntaria. Son múltiples los actos
y posturas que las jugadoras han tomado para defender los derechos de la
comunidad LGBTQ+, y sin importar su tamaño, hasta la más común de sus acciones
ha trascendido en el balompié. Así fue para Pernille Harder y Magdalena
Eriksson que, con apenas un pequeño gesto, estremecieron a todo el planeta. La
foto del beso entre ambas futbolistas en Francia 2019 permitió a muchas
personas sentirse representadas en un deporte culturalmente machista y homófobo,
lo que llevó a las jugadoras del Chelsea a replantearse su papel dentro del
futbol.
Tanto Harder como
Eriksson se han convertido en miembros de Common Goal, una iniciativa del campeón
del mundo con España, Juan Mata, que financia diferentes proyectos a partir de
las aportaciones del 1% del salario de los y las deportistas. De esa manera,
Pernille y Magda se convirtieron en embajadoras de Play Proud, una iniciativa
que tiene por finalidad apoyar y empoderar a jóvenes LGBTQ+ desde el futbol, permitiendo
su sano desarrollo e inclusión. Desde 2019, las aportaciones de dos de las
mejores futbolistas en la actualidad han impactado a 13 países, logrando la preparación
de 65 entrenadores en temas de diversidad y empoderamiento. Asimismo, Eriksson
y Harder se han hecho portavoces importantes de la comunidad LGBTQ+,
participando en múltiples espacios para platicar, no solo como miembros de este
movimiento, sino también sobre otros tópicos, como la desigualdad de género.
Posiblemente
muchas cosas han cambiado desde que Fashanu se convirtió en el primer
futbolista abiertamente homosexual, desafortunadamente, las victorias obtenidas
por parte de los y las futbolistas LGBTQ+ son pocas, y pasajeras en su mayoría.
Pese a los proyectos y acciones emprendidas, sin el respaldo de las instituciones,
el sueño de un futbol seguro para todos, todas y todes, permanece lejos. Pintar
los escudos con los colores de la bandera LGBTQ+, y llenar de discursos y
mensajes los partidos, han dejado de ser un acto inspirador, convirtiéndose en propaganda
sin sentido ni verdadera empatía. Hablar de diversidad e inclusión en el
futbol, principalmente en el varonil, se vuelve un chiste, un insulto, cuando se
organiza el torneo más importante del deporte en un país como Qatar, donde amar
es un delito, castigado con cárcel, o hasta pena de muerte.
Información recuperada de: Mediotiempo, FIFA, Marca, Common Goal.
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