Desde la raíz

 

Foto: Perú Travel


De Latinoamérica. 

Cada cuatro años hombres y mujeres enarbolan los colores de sus naciones, portando el escudo de su selección con orgullo. Símbolo, no solo de un equipo, sino de una idiosincrasia, un modo de vida, una historia en particular. Y aunque ahora sean pocos los románticos quienes miren en la camiseta el deber, casi sagrado, de honrarla, existen rincones en el planeta, donde el futbol aún representa causas, tradiciones y luchas dignas de mencionar.

Al noreste de la Argentina, en la región de Mesopotamia, se encuentra Entre Ríos, una provincia en la que Soledad Jaimes creció pateando el balón. Acostumbrada a jugar entre chicos, Soledad era siempre elegida sobre sus hermanos para formar parte de los equipos que se reunían en el parque a jugar futbol. Su pasión por el balón era tal que, no le importó recibir comentarios machistas y hasta practicar del deporte sin zapatos. Sin importar las adversidades, entre las que desataca la desafortunada pérdida de un hermano, Soledad logró emigrar a Brasil para conquistar el sueño del futbol profesional.

La Bola de Prata es uno de los reconocimientos más importantes en tierra carioca, y Soledad Jaimes fue condecorada por éste en 2018, durante su primera etapa con el Santos de Brasil. Asimismo, Soledad tuvo la opción de vestir la verdeamarela, oferta que rechazo por ese amor que, muy pocos, conservan todavía por los colores de su país. Su lealtad hacia Argentina la ha llevado a perseguir el sueño de la Copa América y los Juegos Olímpicos vestida de albiceleste, aun cuando las condiciones del futbol femenil argentino se encuentren lejos de los estándares mínimos. Cansadas y mal comidas, exigiendo apenas los recursos suficientes, Soledad y sus compañeras guardan en su lucha una clase de patriotismo moderno, caracterizado por la desilusión, frustración y desigualdad.

Por otro lado, a cien kilómetros de los andes, existe un grupo de mujeres que ha adoptado el futbol como parte de sus tradiciones. Recordando la costumbre inca de ofrecer rituales a la Pachamama, ahora, las indígenas de Churubamba celebran nacimientos, cosechas, además de otras fiestas, jugando al balompié. Herencia de la guerra, estrategia política o simplemente la expansión del deporte más popular del mundo, el futbol lleva cerca de veinte años creciendo en esta comunidad. Humilde, colorido, herido e inocente, con la sonrisa en el rostro y el llanto de los más pequeños en la tribuna, las madres de Churubamba han adoptado el balón.

Indudablemente, Perú ha convertido al futbol en un lenguaje más de los Andes, casi tan común como el quechua en Huilloq. Alejados de la civilización, dedicados al pastoreo y ganado, a casi 50 kilómetros de Machu Picchu, los habitantes de esta comunidad entienden la esencia del deporte de la misma manera que cuidan sus raíces incas. Aquí, patear un balón continúa siendo un medio de diversión, un motivo de alegría y convivencia, combinado con la tradición de las vestimentas típicas y la cercanía con la naturaleza, que atraviesa el campo con una vena de agua cerca del tiro de esquina.

De la misma manera, e inevitablemente, México es otro país sumergido en el futbol, dando a este deporte una connotación social de gran trascendencia. En el Estado de México, concretamente en San Felipe del Progreso, el balompié sirve como una herramienta de cambio, buscando emancipar a las mujeres por medio de él. Fundado por Guadalupe García, el proyecto “Jugando por mis Derechos” ha ayudado a más de 300 mujeres pertenecientes a las etnia mazahua. Practicar un deporte instaurado por las élites sociales y defendido por los hombres, permite a niñas, adolescentes y adultas reconocer otras posibilidades y futuros.

Por esto, el futbol ya no solo se trata de vestir una camiseta o abrazar una filosofía de juego. Hoy en día, representa algo más, se trata de un espacio de representación, donde la diversidad no conoce fronteras. Herederos de una civilización de hace miles de años, miembros de un pueblo olvidado, o parte de un movimiento social, irremediablemente, el deporte se ha encargado de dar visibilidad a personas marginadas, violentadas e ignoradas. No se puede negar que el futbol, el deporte, es manipulado por intereses políticos y económicos, pero también lo hace la gente, sus orígenes, su cultura, su realidad. 


Información recuperada de: "Soledad Jaimes", Página 12. "Deporte Indígena: psión, talento y luchas sociales", El Míster. "Las Campeonas de los Andes", El País. "Greenland: Perú", ESPN. 


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