Los últimos pilares

 

Foto: Clarín


Del mundo. 

Fue en Melbourne, en el Abierto de Australia 2017, la última vez que vimos a Roger Federer y Serena Williams compartir el podio. En aquella ocasión, el suizo logró vencer, después de diez años, en una final de Grand Slam a uno de sus máximos rivales, el español, Rafa Nadal. Si alguna ventaja ha tenido Federer sobre el originario de Mallorca, es la superficie dura, donde lidera el número de duelos a su favor. Mientras, Serena no tuvo mayor inconveniente para vencer a su hermana a dos sets en la final. La menor de las Williams lograba su 23º Grand Slam, convirtiéndose en la segunda tenista con más títulos, solo por detrás de Margaret Court. Sin embargo, tanto para la estadounidense como para el suizo, aquella parecía una de sus últimas glorias en la cancha.

No es coincidencia que a Federer se le reconozca como Su Majestad pues, en una época compartida con gigantes como el mismo Nadal, Djokovic o Murray, hubo años dominados por su tenis. Una técnica reconocida, además de su efectividad para ganar, por la elegancia que muestra en cada golpe. Movimientos tan cautivadores como los de un ballet, con esa clase para moverse sobre las superficies, principalmente la del césped. Fueron años en los que, sin importar el rival, e incluso el resultado, Roger era capaz de seducir a cualquiera. Y todavía lo es. Basta recordar su última presentación en Wimbledon, su casa, donde aun cayendo ante Auger-Aliassime, exhibió gestos magistrales. No obstante, en el último ranking ATP, Federer dejó las primeras posiciones, quedando incluso fuera de los diez primeros puestos.

Posiblemente, el debate sobre los mejores en la historia en la rama masculina sea más abierto que en la rama femenil pues, el palmarés de Serena está lejos de sus contemporáneas, además de algo impensable, más no imposible, para las nuevas generaciones. Aún con ello, la carrera de Williams ha estado llena de contrastes en los últimos años. Las lesiones, aunadas a la decisión de ser madre, impidieron a Serena mantenerse de manera regular en las canchas. La búsqueda por igualar la marca de los 24 Grand Slam fue postergada, aunque la oportunidad se presentara ya en cuatro ocasiones. Dos de ellas en su país, en el Abierto de Estados Unidos. En ambas finales la crítica fue dura, sobre todo respecto a su exacerbada competitividad, que se entiende cuando miramos los que, probablemente sean, los últimos años de la mejor Williams.

Nadie, sino Roger y Serena, saben cuándo será su último saque, su última volea, sin embargo, existe una verdad innegable pues, su figura está cambiando. Como ocurre con las leyendas, su lugar en la historia será dado con el paso del tiempo, pudiendo anticipar que ocuparán un puesto entre los más grandes. Pero antes de guardar la raqueta, Federer y Williams deben culminar su obra. En el caso del suizo, debemos confiar que, su sofisticada, casi perfecta técnica, tiene algún trazo más por hacer, uno para maravillar y rematar su brillante carrera. En tanto, aunque sabemos que Serena gusta de competir contra ella misma, verla levantar el título 24º pondría fin a las dudas de los escépticos.

En el recién actualizado ranking de la ATP y WTP, salvo tenistas consolidados como Nadal, Djokovic o Muguruza, los primeros puestos pertenecen a una nueva estirpe, con una mentalidad y físico distintos. Paulatinamente, el tenis ha cedido ante la modernidad, donde la resistencia es tan importante como la calidad. Puntos cada vez más largos, sets sumamente apretados y resultados impredecibles comienzan a acaparar los torneos más importantes. Particularmente, las jóvenes tenistas parecen marcar una nueva etapa en el tenis, una que destaca por la reivindicación del ídolo. Su talento se ha vuelto tan importante como su voz. Algo para añadir en el legado de Federer y Williams, que revolucionaron este deporte al trascender fronteras, humanizarlo y devolverlo a la cúspide del deporte.


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